La caza deja cada año 44 muertos y 2.585 heridos en el
país. La aseguradora Mutuasport es, hasta ahora, la única que puso éstos
números a una actividad de riesgo para propios y extraños. Lo acredita
el incidente que terminó la semana pasada con la vida de dos cazadores
en Tineo; también la bala perdida que en 2005 hirió a una asturiana
cuando viajaba en autobús por la autopista del Huerna. Son casos
puntuales, pero «en la caza puede haber accidentes todos los días».
Lo advierte Javier Huerta, tesorero de la Asociación de
Empresas Cinegéticas del Principado (Asocipas), que lleva «toda la vida»
monteando. «Ahora se ha puesto de moda ir a correr por el monte y no
todos lo hacen con sentido común». Huerta asegura que hace unas semanas
se topó con siete deportistas que accedían a la zona de la batida. «Les
dije que tuvieran cuidado, que estábamos cazando jabalí, y ellos
respondieron que el que tenía que andar con ojo era yo». Otras veces al
mismo aviso le replican con que «el monte es de todos» y Huerta en eso
está de acuerdo: «Es de todos, pero hay que coordinarse un poco.
Nosotros pagamos al Principado para hacer esto y es increíble que la
gente vea carteles advirtiendo de batidas y 'pasen'. Ocurre aquí como en
la pesca, que pagas el coto y luego el río se te llena de canoas».
Roberto Hartasánchez, lidera el Fondo para la protección de
los animales salvajes (Fapas) y está «todo el día metido en el monte».
«Es verdad que hay gente que se mueve con ignorancia, que oyen a los
perros y en lugar de salir del sitio se siguen adentrando». El
ecologista subraya que la caza es «un elemento de gestión necesario»,
pero no ignora que en este pulso, a veces no todo está en orden tras el
gatillo. «El siniestro de Tineo es lamentable, pero pone de manifiesto
cómo a veces el cazador dispara sin tener certeza de qué es a lo que
apunta; hay una tendencia a tirar al bulto muy peligrosa».
El del Fapas asegura que tiene amigos que «han dejado la
caza mayor de puro miedo a sus compañeros; no es un secreto que algunos
grupos esperan a que los perros cojan el rastro 'calentándose' en el
bar».
Guardas, ecologistas, cazadores y usuarios admiten que las
tensiones entre excursionistas y cazadores son «puntuales», pero
observan una evolución en Asturias que puede incrementar el conflicto.
Un 61% menos de cazadores
De un lado, el de los cazadores es un grupo en peligro de
extinción. De las 31.500 licencias que había en 1986, no quedan hoy más
de 12.000. El número de practicantes ha menguado un 61% y la edad media
se está elevando. «Aquí no hay relevo generacional; los jóvenes están
más interesados en salir por la noche que en madrugar para ir al monte»,
lamenta el tesorero de Asocipas.
Entre los que resisten, la afición actúa «como un veneno;
te encanta tanto que cuesta dejarlo. A veces llegas a ver a compañeros
que ya no están para esto y tienes que decírselo», confía Huerta. El
asunto es delicado. Las batidas exigen moverse rápido entre el matorral,
tener buena vista, pulso firme. No hay en España un límite de edad
máximo para la práctica y aunque la renovación de la licencia está
sujeta a un examen psicotécnico, en ocasiones el veterano lo supera para
inquietud de unos compañeros que se ven en la obligación de
reconvenirle.
A un lado de la escopeta se sitúa así una afición que
pierde seguidores y avanza en edad. Al otro una Asturias que se aleja
del monte, vive en la ciudad, y hace un uso del monte de marcado
carácter urbanita. «Cada vez hay más gente que va al monte sin saber lo
que se hace en el monte», resume Hartasánchez.
El encuentro entre ambos grupos «está ahí y es como el
tráfico; hay que regularlo y vigilar al que no cumpla las normas de
circulación», apoya Huerta. El reglamento de la caza manda por ejemplo
no disparar en dirección a los caminos públicos, carreteras o núcleos
poblados. Los aficionados además portan chalecos reflectantes, se avisan
por radio de sus movimientos y de la presencia de 'extraños'. En las
reservas que gestiona el Principado, las batidas se señalizan en los
caminos de acceso a la zona, una precaución que además se aconseja
aplicar en los cotos privados. «Se suelen poner carteles en las entradas
de las pistas, pero el monte no tiene puertas; es imposible que
controles todos los accesos», responde Huerta.
¿Es suficiente? La pregunta causa dudas. «En otras regiones
es habitual una buena señalización de las cacerías para prevenir los
posibles accidente entre vecinos, lugareños o turistas ignorantes de la
actividad cinegética», valora Bernardo Canga, coordinador de los
voluntarios de Protección Civil en Gijón y colaborador de EL COMERCIO.
«No sería muy costoso y sí eficaz que se piense seriamente en ponerlo en
práctica aquí en evitación de algunos accidentes de caza», insta el
montañero.
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