Doce y media de la noche en la calle Suspiro de la Reina
número 25 de Alhendín, del pasado miércoles 18. La amplia familia
Fernández Guerrero duerme plácidamente después de un duro día de trabajo
para todos. En la planta baja, junto a la cochera hay una pequeña
habitación donde esa noche la abuela Lola, de 66 años, decide
compartirla con dos de sus nietos de cinco y nueve años, el más pequeño
tenía fiebre. En el piso de arriba, hay otro menor de seis años y cuatro
adultos más. Fuera, en la calle, el mercurio del termómetro baja de
cero, el frío es capaz de apagar hasta las llamas del infierno, por ello
Simba, un perro de la raza shar pei, y Nala, un chihuahua, duermen
dentro de la planta baja, en una zona contigua a la habitación donde se
encuentran los dos pequeños y la abuela.
La casa de esta familia, ubicada en la urbanización El
Arenal de Alhendín, se convirtió en una trampa de llamas y humo la
madrugada del día 18. Un cuadro eléctrico ubicado en la parte externa
comenzó a arder con tan mala suerte de que el fuego reventó una ventana
de cristal de la planta baja. Simba y Nala, los dos perros, que
descansaban en este habitáculo reaccionaron de forma inmediata. Lo
primero fue avisar a la abuela y a los dos nietos, instalados en una
habitación en este bajo; los animales comenzaron a arañar un trozo de
madera que les impedía el paso al dormitorio, separado por una cortina
del resto del garaje. Gruñidos, ladridos, arañazos en la madera… Los
perros trataban de despertar a la abuela sin demasiado éxito. Pasaban
los minutos. El humo negro invadía todo el bajo, mientras que las llamas
devoraban unos colchones de esponja, cortinas, dos sofás, dos
motocicletas y un pequeño bidón de gasolina, aquello se convirtió en una
ratonera sin salida.
La abuela, a quien llaman Lola, por fin, despertó, agarró
con fuerza a sus dos pequeños y los colocó junto a una ventana, abierta
a la zona exterior de la casa. Los niños eran presa del miedo.
Mientras esto pasaba en la parte baja, en el piso
superior de la casa había cinco personas durmiendo plácidamente, entre
ellas un niño y un varón de 67 años. Simba, el perro de raza shar pei,
una vez que se percató de que la abuela y los dos nietos estaban a salvo
junto a la ventana así como el pequeño chihuahua que también se quedó
con la mujer, se lanzó como una bala hacia la planta superior. Una
carrera contrarreloj, no solo contra el tiempo, sino contra el humo
negro que comenzaba a invadir la planta de arriba. Nadie sabe cómo este
perro aguantó la falta de oxígeno, pero logró sortear los más de doce
escalones entre un piso y otro, atravesando una densa cortina de humo.
Una vez arriba, se dirigió a la habitación de su dueña, Leticia hija del
propietario de la vivienda quien dormía pero con la suerte de que su
pareja estaba trabajando en el ordenador en la misma habitación. El
perro se encontró con la puerta cerrada. Comenzó a arañarla, a ladrar, a
lanzar gruñidos… tal y como hizo en la planta inferior con la abuela.
Tras insistir e insistir le abrieron la puerta, y entró un golpe de humo
brutal que anegó el dormitorio. «¡Fuego, fuego!», no dejaba de repetir
la pareja al unísono. «¡Fuego!», repetía.
El perro volvió con los niños
El propietario de la casa salió de otro dormitorio
contiguo alarmado, sin tiempo de ponerse el pijama, igual pasó con otro
de sus hijos que ocupaba otra habitación anexa donde el perro también
acudió para avisar. «Primero pensé en sacar a mi mujer y los dos nietos
que se encontraban en el dormitorio de abajo. Era mi mayor preocupación,
tenía que sacarlos de allí como fuera, pero era imposible llegar»,
comenta Antonio, un hombre de 67 años, que ha dedicado toda su vida a
levantar un negocio de tapicería en Armilla y ahora disfrutaba de su
jubilación junto a los hijos y nietos. Simba, el protagonista de la
historia, se cercioró bien de que todos los miembros de la casa estaban
en guardia ante el fuego, y en lugar de marcharse fuera de la vivienda a
respirar el aire que le faltaba, decidió regresar al piso bajo junto a
la abuela y los dos nietos.
La situación era angustiosa, mientras el dueño de la
vivienda lanzaba chorros de agua de una manguera contra el foco de
fuego, otros acudían al exterior a pedir ayuda a los vecinos. «Fue una
pesadilla y estamos vivos gracias al perro», resume AntonioFernández,
mientras se le escapa alguna lágrima. Los vecinos acudieron con sierras
radiales, con cubos de agua, con palancas para forzar puertas...
mientras Simba aguantaba con las patas temblorosas cerca de donde estaba
la mujer de 66 años junto a sus dos nietos. La abuela Lola reaccionó,
después de diez minutos sin saber qué hacer junto a sus pequeños, presos
del pánico. Una placa de metal ubicada debajo de la ventana, comunicaba
con la parte externa de la casa, aunque llevaba años sin abrirse, la
mujer se acordó y logró escaparse de las llamas y el humo por este
agujero, acompañada de los dos nietos y la pequeña perra Nala. Simba no
pudo salir y se quedó atrapada en el garaje. Ya estaban todos a salvo y
mientras unos trataban de apagar las llamas, otros se abrazaban
empañados entre las lágrimas de la desesperación. Entretanto, apareció
la Guardia Civil de Las Gabias, quien se encargó de llamar a bomberos y
al dispositivo sanitario del 061.
Los efectivos contraincendios del parque sur de Granada
fueron los responsables de sacar moribundo del garaje al perro Simba,
gracias al cual no murieron asfixiados los ocho ocupantes de la
vivienda. «Si el perro no los avisa a tiempo, la masiva inhalación de
humo los hubiera matado», comenta uno de los agentes que participó en
las labores de extinción del incendio. El can fue rescatado cuando se
encontraba casi asfixiado, los sanitarios del 061 le suministraron
oxígeno mientras una vecina de la familia, de profesión veterinaria,
acudió para llevarse al perro a su clínica privada. Allí permaneció casi
dos días ingresado, mientras se recuperaba. La dueña, Leticia, acudió a
por su perro la tarde del jueves. La inhalación de humo le ha dejado
afectado el cerebro y sufre una pequeña hemiplejía, pero, al menos,
sigue con vida. La casa ha quedado destrozada, pero la familia así como
los dos perros han sobrevivido a la catástrofe. «Le debemos la vida y
nunca le podremos pagar lo que ha hecho por nosotros».
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